Terenci Moix y el Péplum
Los últimos días de
Terenci fueron de extrema obsesión por todo ese mundo mitómano que le rodeaba.
Con noches enteras sentado frente al ordenador a la caza de esa foto ansiada.
Así, hasta su adiós definitivo. Tengo grabadas las imágenes en miniatura esparcidas
por la pantalla de su ordenador. Ahí estaba Steve Reeves, Gordon Scott y otros
guaperas de porte épico. También las paredes de su estudio rendía pleitesía a
la Roma Imperial, al hervidero de cintas cimentadas en el cartón piedra, en la
túnica y en la musculatura. Era una de las muchas debilidades de Terenci. Y
también la mía, aunque por diferentes motivos.
El caso es que hoy
deseo recordar algunos de los iconos del peplum más evocados en nuestras cenas
regadas con Dry Martini –él regaba mejor y más que yo, tengo que reconocerlo--.
Cuando Inés, su querida Inés, me comunicó su muerte, me sumí en un largo tiempo
de silencio, sólo importunado por el dolor. Luego escribí lo que sigue a
continuación.
SINUHE EL EGIPCIO
The egyptian. USA 1954
Cartel de Soligó
DIME QUE FUE UN SUEÑO
Disfruté de Terenci
muchas horas de los últimos años de su vida. Las cenas en el Metropolitan –su
restaurante amigo— y las reuniones con sabor a buhardilla --esa buhardilla que
era su piso-despacho de la calle Muntaner--, vienen hoy a mi mente, una a una,
separadas nítidamente por la magia de su variado contenido retrospectivo. Todo él
era un álbum de recuerdos, de memorias, que yo compartía con asombroso
mimetismo. Su ferviente militancia nostálgica era la mía. Pero él siempre era
el sabio, la luz, aunque le molestaba reconocerlo. Cada charla con Terenci era
puro gozo para quien, como yo, como él, disfrutaba recordando la miscelánea
popular de nuestros años impúberes. Un día el turno era para los tebeos, con Boro
Kay a la cabeza, sin olvidar
a otro de sus personajes fetiches como era Tony y Anita, la colección de Maga. Otro, los carteles de
cine, cuyo ranking preferencial encabezaba Sinuhe el egipcio, al que seguían Cesar y Cleopatra, La
Atlántida, Suez, La túnica sagrada, El ladrón de Bagdad etc., cartel este último de gran tamaño que
presidía majestuoso una de las paredes de su casa. Y no sólo le seducía la
magia del escenario que el cartel representaba, también volcaba su interés
sobre el diseño y disertaba con gran sentido gráfico sobre las escuelas
cartelísticas del sector –admiraba a Peris Aragó y se enorgullecía de poseer un
original de Jano que éste le había regalado. Como digo, siempre compartiendo
nostalgias, disputando mitos, escarbando en la memoria cinéfila de ambos,
aunque la mía no era más que un proyecto de alzheimer comparada con la suya,
con su sabiduría. Y no sólo el cine de Hollywood era su credo, sino toda la
producción de cine clásico en general. Su memoria almacenaba hasta los más
ínfimos detalles de cualquier producción. Pero no era ésta una memoria fría
--aquélla que se construye hincando codos--, sino la consecuencia de haber
bebido el cine desde el alma, desde su enorme corazón.
Nunca vi a nadie con
una mirada tan mágica, capaz de expresar al mismo tiempo la pasión y la
ternura. Porque Terenci era un ser especial, único, a veces frágil, otras niño,
pero siempre bondadoso, de eterna sonrisa, incluso en los momentos más extremos
de su enfermedad. Se me encoge el alma sólo de pensar que ya no disfrutará más
de sus cromos de King de la India, de Mujercitas y
de tantos otros iconos que él veneraba. No puedo hacerme a la idea de no verlo
más delante del ordenador mostrándome sus últimos trofeos sacados de la red,
casi siempre en forma de fotos de sus actores y actrices preferidos –que eran
casi todos. Alguien debería decirles, allá en el cielo, a los Errol Flynn,
Marilyn Monroe, Bette Davis o Silvana Mangano, que salgan a recibirlo, que lo
quieran mucho, que lo integren en su club de estrellas, ese firmamento de
astros que él tanto amó. Y que no se olviden de avisar a su niño, Sal Mineo y a
su Apolo particular, Steve Reeves. Pero, por encima de todo, hay que decirles
que le devuelvan en forma de homenaje todas las ofrendas que Terenci les dedicó
aquí en la tierra. Seguro que, incluso así, seguirán estando en deuda con él.
Porque si hubo en el planeta alguien que encumbró a los mitos del cine más allá
del mismísimo star system,
ese fue nuestro Terenci Moix. No sé ustedes, pero yo tengo la sensación de que
a partir de ahora ni Hollywood, ni el cine clásico, ni sus actores volverán a
ser los mismos. Así que, Terenci, llámame y dime que fue un sueño.
4 de abril de 2003
CLEOPATRA
USA, 1934
Cartel de Martí Marí
SANSÓN Y DALILA
Samson and Delilah. USA 1949
Cartel de José María
QUO VADIS
USA 1951
Carteles de MCP
LA TÚNICA SAGRADA
The robe. USA 1953
Cartel de Soligó
LA REINA DE SABA
La regina di Saba. Italia 1952
Cartel de Soligó
JULIO CESAR
Julius Caesar. USA 1953
Cartel de MCP
DEMETRIUS Y LOS GLADIADORES
Demetrius and the gladiators. USA 1954
Cartel de Soligó
ULISES
Ulisse. Italia 1953
Cartel de Ramón
HÉRCULES
Le fatiche di Ercole. Italia 1958
LA BATALLA DEL MARATHON
La battaglia di Maratona. Italia 1959
Pluma prensa de Mac
SALOMÓN Y LA REINA DE SABA
Salomon and Sheba. USA 1959
Cartel de Mac
LOS ÚLTIMOS DIAS DE POMPEYA
Samson and Delilah. España, Italia, Alemania 1960
Cartel de Jano
EL COLOSO DE RODAS
España. Italia, Francia 1961
Cartel de Jano
RÓMULO Y REMO
Romolo e Remo. Italia 1961
CLEOPATRA
USA 1963
Precioso homenaje, entonces y ahora.
ResponderEliminarApreciado Paco,
ResponderEliminarTienes el don de la comunicación creativa. Contigo se hace fácil valorar y apreciar el arte del cine y los carteles publicitarios. Inhalas y exhalas una pasión por el séptimo arte que se hace contagiosa.
Este blog me sabe a poco.
Cuando quieras organizar tertulias cinematográficas con tu colección de joyas, me apunto la primera en la lista de audiencia.
Dime que los sueños pueden ser realidad!