El Cine de mi pueblo
Recientemente
he vuelto a Granada --mi ciudad de nacimiento-- para ser abuelo por segunda
vez. Mi hija, catalana, tuvo la idea de casarse con un granadino y allí hemos estado recibiendo al nuevo nieto. En uno de esos días decidí dar una vuelta por el pueblo
donde nací, Peligros, nombre atinado
donde los haya y pueblo de mis primeras luces cinematográficas.
Ahi, en
Peligros, recibí mis iniciales impactos
cinefilos, bofetadas las llamaría yo, dado el nivel de hondura
emocional que lograron provocar en aquel alma aturdida de
un niño de la posguerra. El cine
nodriza de mi futura militancia cinematográfica se llamaba San Ildefonso,
nombre también muy apropiado, como pueden
comprobar, especialmente los días en los que el gallinero se
encendía con galanes y gañanes, que de todo había, babeantes ante el contoneo
de Rita Hayworth y Marilyn Monroe en cintas como Gilda y Niágara, por
citar dos ejemplos.
Tampoco
ligaban mucho con aquella beata denominación las pelis
de caballistas o cowboys pistola en ristre; ya conocen aquel refrán de "eres mas raro que un santo con dos
pistolas". En fin, lo cierto es que para los escasísimos empresarios de entonces, eran tiempos de ejecutar
proyectos sin pararse a pensar mucho en los pequeños
detalles, como era el caso de bautizar un local; con ponerle el nombre del patrón del pueblo, que por otra parte era el mismo que el de la
parroquia, la cosa estaba resuelta. Aunque bien mirado tampoco era mala idea,
teniendo en cuenta que los días de misa la Iglesia se
encontraba siempre abarrotada.
Recuerdo
que en aquellos domingos de culto era habitual encontrar a la salida del templo
a un repartidor con Programas de mano que anunciaban la película que ese día iba a ser proyectada.
Pueblerinos, si, pero no tontos. ¡Menudo plan de Marketing! Que
mejor manera de captar espectadores que esperar a tenerlos todos juntos --la
misa era sagrada para la mayor parte de las gentes-- para sermonearlos a la
salida de templo mediante esa maravillosa herramienta publicitaria que fueron
los Programas de mano. Sermón que lo único que pretendía era el trasvase humano de un
templo a otro. Tampoco era pedir mucho, que por algo tenían el mismo nombre de santo. Lo dicho, puro Marketing
relacional.
La verdad
es que entre uno y otro templo no había grandes diferencias
rituales. En el cine había que pasar por taquilla y en
la Iglesia había que pasar por el cepillo,
que menudas acusicas eran las beatas oficiales. Luego, ya saben, sermones en el
púlpito y en el NO-DO,
respetuoso silencio como norma entre los feligreses de una y otra función, elevación a los altares de santos y
estrellas por parte de los concurrentes... Lo dicho, que tampoco era tan raro
ir al San Ildefonso a ver la mise en
scene de un determinado director, por irreverente que este fuera.
San
Ildefonso fue mi padrino en cuestiones cinefilas, aunque no por mucho tiempo,
la verdad, ya que a los nueve años mi familia decidió trasladarse a vivir a la ciudad. Pero lo suficiente como
para venerar hoy su recuerdo como si en vez de un cine hubiese sido un santo de
verdad. Con él descubrir todo cuanto el cine poseía
de magia y ensueño. Y con él también sentí por vez primera la frustración de no poder ver todo aquel caudal de imágenes que proponían sus hermosos carteles,
aquellos que colgaban de la fachada embutidos en destartaladas vitrinas.
Desgraciadamente ni las arcas de mi familia
ni mis remendados bolsillos estaban para muchas alegrías. Con todo, siempre que podía
me plantaba ahí, delante de esa fachada que
ven aquí reproducida (hoy bastante
cambiada) admirando carteles y carteleras una y otra vez.
El Cine San
Ildefonso no fue un Teatro reconvertido, ni pudo ser bautizado como Coliseum o
Palacio, fue solo una humilde sala de pueblo, de las miles que poblaron España en esos años crueles de posguerra. Pero
sus efectos formativos y ensoñadores me han acompañado de por vida como un ángel
de la guarda. En mi libro "LOS PROGRAMAS DE MANO EN EL CINE" pueden
conocer algo mas de este pasaje de mi relación
con el cine y con mi pueblo en aquellos años de la década de 1950.
Muchos tenemos dentro un "Cinema Paradiso". Pero qué suerte que aún esté en pie tu primera casa de los prodigios, aunque ya sin alma. En Triana, "barrio de cine" (y de cines), hasta catorce de verano llegaron a funcionar en las mismas temporadas, más tres de invierno refrigerados, no queda ni rastro de ninguno, sólo el edificio de los dos últimos que se abrieron ya en los años ochenta. ¡Ah, el cine de nuestra infancia y juventud, Paco...!
ResponderEliminarEnhorabuena por este blog único.